Platón, tras conocer a Sócrates decidió dedicarse a la filosofía. Sus
obras tienen forma de diálogos. Estos diálogos se suelen dividir en grupos
atendiendo al momento en que fueron escritos:
·
diálogos de juventud (diálogos socráticos): presentan las
ideas de Sócrates y una reivindicación de su figura; destacan "Apología
de Sócrates" y "Protágoras";
·
diálogos de transición: primeros esbozos
de la Teoría de las Ideas y de la inmortalidad del alma; destacan "Menón"
y "Crátilo";
·
diálogos de madurez: en ellos presenta
la Teoría de las Ideas ya desarrollada, sus implicaciones en antropología,
ética y política, y los mitos más importantes; destacan "Banquete",
"Fedón", "República", "Fedro";
·
diálogos de vejez: son los últimos
escritos de Platón; aparecen algunas críticas a su propia teoría,
preocupaciones por cuestiones lógicas y cosmológicas y en el campo de la
filosofía política un mayor interés por la historia y las condiciones reales de
la vida política; destacan "Teeteto","Parménides",
"Sofista", "Político", "Timeo"
y "Leyes".
CARMIDES
O DE LA SABIDURIA
El argumento del dialogo se centra, como otros
de esta época, en una discusión en torno a una palabra –sophorosyne- y a su
significado, sensatez, mesura, etc., aunque en realidad lo que intenta
demostrar es que nadie es tan instruido como cree serlo, para así inculcar el
deseo de indagar y buscar la verdad. La búsqueda de que es la sensatez acaba
cayendo en un análisis de que es el saber.
Se trata de una obra típica de la primera
época, en la que podemos ver el abuso del doble sentido de las palabras, el
arte de refutar por refutar, superficialmente y en apariencia, incluso nociones
que no merecen serlo.
En este dialogo ocurre lo siguiente:
Sócrates, que es quien nos narra el suceso, nos
dice que llega de la batalla de Potidea (432 aC), lo que nos da la fecha de
este ficticio diálogo. En la palestra de Táureas encuentra a Critias y a otros
amigos. Se presenta Cármides, un joven de gran belleza y supuestamente sabio.
Sócrates le pregunta qué es la sabiduría (pues si es sabio, debería saberlo), y
a las respuestas del muchacho va anteponiendo, como es habitual, las
contradicciones: no es la tranquilidad en el actuar (pues muchas acciones, como
escribir, luchar o aprender, es mejor hacerlas con rapidez), no es el pudor
(que a veces puede no ser bueno, y la sabiduría siempre lo es), no es hacer lo
que a cada uno le es propio (pues no es lógico no hacer nada por nadie, ni
recibir nada de nadie).
Entonces interviene Critias, pues la tercera
definición intentada por Cármides la había escuchado de él. Trata de realizar
una distinción entre hacer una cosa y trabajar en una cosa, pero Sócrates le
llama a la univocidad: no importa cómo lo llames, mientras expliques su uso.
Critias decide entonces definir la sabiduría como la ciencia de uno mismo
(comparándolo con la famosa inscripción del templo de Delfos), y Sócrates se
dedica a demostrar la imposibilidad de tal ciencia, y su inutilidad, puesto que
el sujeto (quien sabe) se confunde con el objeto (lo sabido), convirtiéndose en
una ciencia de la ciencia y la ignorancia.
Este dialogo no es más que una muestra de cómo Sócrates
trato a lo largo de su vida de convencer a los jóvenes en general, con el
objetivo de hacerles ver que uno mismo no es tan instruido como cree serlo.
Sócrates solo pretendía que naciera en nosotros un alma saludable con deseo de
indagar y buscar la verdad, al contrario de los sofistas que cobraban dinero a
cambio del saber que ofrecían, promulgando unos valores que para Sócrates y su
discípulo Platón no enseñaban a alcanzar la felicidad ni a convertirnos por lo
tanto en hombres virtuosos.